EL
SECRETO PARA CRECER Lorenzo
disfrutaba de la agradable conversación, del te japonés
y de las galletas de arroz en el hogar del señor Komori, cuando
de pronto los otros invitados empezaron a sacar sus Biblias. Mientras
todos lo miraban expectantes, el señor Komori le preguntó
amablemente: ¿Podría darnos ahora un estudio bíblico? Lorenzo
casi se atragantó con el te. Él pensó que esa reunión
era para pasar un rato agradable nada más. No se le ocurría
qué decir. En realidad, había enseñado muchas clases
de Biblia en una escuela cristiana de idiomas en el Japón, donde
trabajaba. Pero ese trabajo estaba planeado. Podía dar información
sobre la Biblia con facilidad, pero hablar de Dios en forma espontánea,
inesperada... era algo diferente. Lorenzo
había escuchado las historias bíblicas desde su niñez,
pero no significaban mucho para él en forma personal. Hacía
cosas que eran incorrectas delante de Dios. ¿Cómo podía
hablar a otros de ese Dios que realmente no conocía? Ahora,
sentado en el sofá, rodeado de personas que esperaban su palabra,
sintió que su mundo se venía abajo. En ese momento de
angustia, una promesa cruzó por su mente y era que el Espíritu
Santo nos da las palabras cuando tenemos que dar testimonio delante
de otros (S. Lucas 12:12). Susurró una desesperada oración
pidiendo ayuda y contó la historia que le resultaba más
familiar: la parábola del hijo pródigo. A medida
que describía cuánto ama Dios aun a los que vagan lejos
de él, Lorenzo se dio cuenta que hablaba a su propio corazón.
Sus palabras también hallaban eco en el de sus oyentes. Y por
primera vez en su vida, Lorenzo se dio cuenta cuánto lo amaba
Dios. Esa noche se arrodilló junto a su cama y entregó
su vida a un Dios que finalmente era real para él. El amor de Dios, al compartirlo, llegó a ser mucho más que una teoría en su vida. Este hecho lo abrumó. 1.
JESÚS NOS DESAFÍA A CRECER, COMPARTIENDO Los
discípulos habían estado tres años y medio con
Jesús, escuchando sus palabras y presenciando sus acciones, su
muerte y su resurrección. Poco antes de regresar al cielo, los
comisionó para que fueran sus representantes personales: "RECIBIRÉIS
PODER, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, Y
ME SERÉIS TESTIGOS... hasta lo último de la tierra".
-- Hechos 1:8. (A menos que se indique algo diferente,
los textos bíblicos en esta Guía de Estudio son de la
versión Reina-Valera revisada en 1960.) Cuando
los seguidores de Cristo le entregaron sin reserva sus corazones en
el día de Pentecostés, el Cristo resucitado transformó
sus vidas por medio del poder del Espíritu Santo. Se convirtieron
en testigos de su resurrección y ascensión, pero también
del poder que había cambiado sus vidas. Como
cristianos, también somos testigos de la resurrección
de Jesús porque hemos experimentado su poder renovador en nuestras
vidas. "Pero
DIOS, que es rico en misericordia... ESTANDO NOSOTROS MUERTOS EN PECADOS,
NOS DIO JUNTAMENTE VIDA CON CRISTO (por gracia sois salvos), Y JUNTAMENTE
CON ÉL NOS RESUCITÓ... PARA MOSTRAR... LAS ABUNDANTES
RIQUEZAS DE SU GRACIA en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús".
-- Efesios 2:4-7. Nosotros
hemos resucitado con Cristo para que podamos "mostrar las abundantes
riquezas de su gracia". Jesús nos pide a sus seguidores
que compartamos las buenas nuevas de lo que él puede hacer en
la vida humana, y promete estar con nosotros (S. Mateo 28:19-20). H.
M. S. Richards, fundador del programa radiofónico en inglés
The Voice of Prophecy (La Voz de la Profecía), escribió:
Dios
ha dado a los débiles seres humanos una tarea especial en su
obra , porque compartir es una parte vital de nuestro crecimiento. Para
que la fe se mantenga viva, debe ser expresada. Así como Lorenzo
lo descubrió, compartir nuestra fe nos ayuda a tener una experiencia
más plena y nos ayuda a crecer. Un
joven que había crecido en un hogar disfuncional, observó:
"Mis padres, por su ejemplo, me dieron una imagen distorsionada
de Dios. Nunca tuve el ejemplo de alguien que se preocupara por amarme.
Las personas que nos rodean necesitan desesperadamente de alguien que
les dé una perfecta imagen de Dios. Alguien en quien puedan ver
las cualidades "MANTENIENDO
BUENA VUESTRA MANERA DE VIVIR entre los gentiles [no cristianos]; para
que GLORIFIQUEN A DIOS... AL CONSIDERAR VUESTRAS BUENAS OBRAS... porque
CRISTO PADECIÓ POR NOSOTROS, DEJÁNDONOS EJEMPLO, PARA
QUE SIGÁIS SUS PISADAS". -- 1 S. Pedro 2:12, 21. El amor de Jesús, que fue hasta el sacrificio, reproducido en nosotros por actos bondadosos hacia los demás puede convertirse en una fuerza poderosa que lleve a los incrédulos a los brazos de Cristo. 3.
COMPARTIMOS A CRISTO POR NUESTRA MANERA DE PENSAR Cuando
Satanás tentó a Jesús en el desierto con sus insinuaciones
al apetito, al orgullo y a la presunción, Jesús se defendió
con éxito citando las Escrituras (S. Mateo 4:4, 10). Cristo estaba
preparado porque había llenado su mente con las verdades de la
Biblia. Ahí es donde se gana o se pierde la batalla: en nuestras
mentes. "Porque
cual es su pensamiento en su corazón, tal es él"
(Proverbios 23:7). Los
cristianos que crecen se concentran en las buenas cualidades que están
tratando de adquirir. "Regocijaos
en el Señor siempre... EN TODA ORACIÓN y ruego, con acción
de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, GUARDARÁ
VUESTROS CORAZONES Y VUESTROS PENSAMIENTOS en Cristo Jesús. Por
lo demás, hermanos, todo lo que es VERDADERO, todo lo HONESTO,
todo lo JUSTO, todo lo PURO, todo lo AMABLE, todo lo que es de BUEN
NOMBRE; si hay VIRTUD ALGUNA, si algo DIGNO DE ALABANZA, en esto pensad.
...y el Dios de paz estará en vosotros". -- Filipenses 4:4-9. Lo que alimenta nuestras mentes hace la diferencia. Si entra basura, basura sale. Si entra la Palabra de Dios, la Palabra de Dios sale. 4.
COMPARTIMOS A CRISTO POR NUESTRA APARIENCIA Como
representante de Cristo, el cristiano debe ser modesto en su apariencia,
evitando toda clase de extremos. "Para
que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra
por... vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no
sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos
lujosos, sino el interno, el del corazón, el incorruptible ornato
DE UN ESPÍRITU AFABLE Y APACIBLE, que es de grande estima delante
de Dios. Porque así también se ataviaban.. [los] que esperaban
en Dios". -- 1 S. Pedro 3:1-5. La sencillez en el vestido y en el adorno ha caracterizado siempre la verdadera apariencia cristiana. Otros deberían ser atraídos a nosotros como cristianos no por ir a la última moda, sino porque la vida de Cristo se refleja en nosotros. 5.
COMPARTIMOS A CRISTO POR NUESTRO COMPORTAMIENTO El
historiador Edward Gibbon cuenta que cuando Galerio saqueó el
campamento de los persas, un soldado se apoderó de un bolso de
cuero brillante, que contenía perlas. Guardó el bolso,
pero tiró las preciosas perlas. La
gente que se apega a las cosas superficiales del mundo -y rechaza a
Jesús, la Perla de gran precio-, está en peor condición
porque está desechando el tesoro de la salvación eterna.
Por eso las Escrituras nos amonestan: "No
améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si
alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos
de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino
del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad
de Dios permanece para siempre". -- 1 S. Juan 2:15-17. Satanás
trabaja incansablemente para dar apariencia de oro y plata a los pecados
más destructivos y a los peores hábitos. Por ejemplo,
la publicidad sobre bebidas alcohólicas muestras siempre gente
joven, hermosa, feliz. Nunca la figura de alguien saliendo de un bar,
tambaleándose por los efectos del alcohol. Debemos
ser cuidadosos al asociarnos con quienes puedan comprometer nuestros
principios (2 Corintios 6:14). Cristo quiere, por supuesto, que compartamos
nuestra fe con nuestros amigos no cristianos, pero debemos tener cuidado
de que nuestras amistades no nos arrastren a nuestra antigua manera
de vivir. Todo
lo que entra en nuestra mente, aún los entretenimientos que escogemos,
tienen un impacto en nuestra vida espiritual. Debemos cuidar el alimento
que proveemos a nuestras mentes. "No
pondré delante de mis ojos cosa injusta". -- Salmos 101:3. Si
alimentamos nuestras almas con lo mejor, lo peor no podrá rebajarnos
hasta su nivel. Sostener normas elevadas en cuanto a las cosas que dejamos
entrar en nuestros hogares y en nuestra mente, no limitará nuestra
vida. El cristiano tiene muchas más cosas que lo hacen feliz
que las demás personas. "En tu presencia HAY PLENITUD DE GOZO; delicias a tu diestra para siempre". -- Salmos 16:11. 6.
COMPARTIMOS A CRISTO POR LA MANERA COMO DAMOS Cuando
un consagrado pastor estaba a punto de bautizar a un nuevo creyente,
notó que aún tenía una cartera llena de billetes
en su bolsillo. Le preguntó si había olvidado dejar su
dinero en un lugar seguro al cambiarse, y recibió esta respuesta:
"Mi dinero y yo seremos bautizados". Este hombre había
captado el verdadero espíritu del cristianismo: dar para ayudar
a otros. El cristiano crece al dar, y por eso es que Jesús dijo:
Lo
que damos por adelantado para el reino de Dios tiene valor eterno. "No
os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino HACEOS TESOROS EN EL
CIELO... Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón". -- S. Mateo 6:19-21. Al
dar debemos recordar que "De Jehová es la tierra y su plenitud"
(Salmos 24:1), incluyendo el oro y la plata (Hageo 2:8). Pertenecemos
a Dios porque él nos creó y nos rescató de nuestros
pecados, al pagar con su sangre el precio de nuestra maldad (1 Corintios
6:19-20). Pertenecemos a Dios porque él nos da la habilidad para
hacer las riquezas (Deuteronomio 8:18). ¿Cuánto
nos pide nuestro crucificado y resucitado Señor para llevar el
evangelio a otros? "¿Robará
el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis:
¿En qué te hemos robado? En vuestros DIEZMOS Y OFRENDAS...
Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa;
y probadme ahora en esto, dice JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS,
si no os ABRIRÉ LAS VENTANAS DE LOS CIELOS, y derramaré
sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde". -- Malaquías
3:8-10. El
diezmo es la décima parte de nuestras entradas (Deuteronomio
14:22; Génesis 28:22). Para el agricultor o comerciante, la ganancia
es lo que queda después de deducir los gastos; para el empleado
u obrero, es todo su salario. El diezmar es un principio moral porque
tiene que ver con el carácter. Si no devolvemos el diezmo, estamos
"robando" a Dios. El diezmo pertenece a Dios y se usa exclusivamente
para sostener el ministerio de Cristo (1 Corintios 9:14), y terminar
su obra aquí en la tierra para que él pueda regresar (S.
Mateo 24:14). ¿Cuánto
debemos dar en ofrendas? Las ofrendas son un asunto de decisión
individual. Cada persona "dé como propuso en su corazón"
(2 Corintios 9:5-7). "Dad
y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán
en vuestro regazo". -- S. Lucas 6:38. Un
evangelista relataba esta experiencia: "Un jugador empedernido
asistió a mis reuniones en Los Ángeles, y nunca olvidaré
el momento cuando hablé con él. Sacó quinientos
dólares de su bolsillo, me los dio, y dijo: 'Este es mi primer
diezmo'. "Su
situación económica era mala, pues lo único que
había hecho era jugar durante treinta o cuarenta años.
Y le dije: ¿De qué va a vivir? "Me
respondió, 'Solamente me quedan cinco o seis dólares,
pero pertenecen a Dios'. "Pregunté
nuevamente, ¿Qué va a hacer, entonces? "'No
lo sé, me respondió. Lo único que sé es
que tengo que dar mi diezmo a Dios, y él se hará cargo
de mí. "Ciertamente,
Dios lo hizo. El arrepentimiento del hombre era sincero. Permaneció
fiel y fue un cristiano feliz. Dios proveyó para él hasta
el día de su muerte". Dios
no promete a sus hijos fieles riquezas. Pero tenemos la seguridad de
que nuestro Creador suplirá las necesidades de nuestra vida.
Cristo dio todo por nosotros. Entreguémosle, ahora, nuestros corazones sin reserva alguna. Compartamos a Cristo con nuestros semejantes por la forma como vivimos y pensamos, por nuestra apariencia personal, con nuestras acciones y con nuestra dadivosidad. Descubriremos el gozo de compartir a Cristo con otros y de crecer en su maravillosa gracia.
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