UN SALVADOR SIEMPRE PRESENTE Cuando
un joven escocés llamado Pedro Marshall se encontraba perdido
en una ciénaga, cerca de Bamburg, en una noche muy oscura, Dios
lo llamó por su nombre; "¡Pedro!" Cuando la voz
celestial lo llamó de nuevo, Pedro se detuvo en su camino, miró
hacia abajo, y descubrió que estaba a un paso de resbalarse en
una cantera de piedra caliza abandonada. ¿No
sería maravilloso que cada uno de nosotros pudiera escuchar a
Dios llamarnos por nuestro nombre? ¿No sería magnífico
si él fuera ese amigo íntimo con el que pudiéramos
sentarnos en nuestra casa y tener una larga charla acerca de nuestros
problemas y aspiraciones? Aunque
no lo crea, podemos acercarnos más a Jesús que si él
estuviera viviendo con nosotros en forma visible. Tener personalmente
a Cristo en nuestra ciudad sería maravilloso, por supuesto, pero
piense en las grandes multitudes que se apretujarían para verlo
de cerca. Piense lo ocupado que estaría. Nos sentiríamos
muy afortunados si pudiéramos tener unos minutos de conversación
con él en toda su vida. Pero
Cristo desea cultivar una relación personal con cada uno de nosotros.
Esa es la razón por la que dejó esta tierra para ministrar
en forma especial desde el cielo. Allí Jesús no está
limitado a un solo lugar como cuando vivía en la tierra. A través
del Espíritu Santo, él está muy cerca de cada persona
que se lo pida, para guiarla en forma individual. ¿Qué
animadora promesa le hizo Jesús a sus seguidores poco antes de
ascender al cielo? "YO
ESTOY CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS, hasta el fin del mundo?"
-- S. Mateo 28:20.
(A menos que se indique algo diferente, los textos bíblicos en
esta Guía de Estudio son de la versión Reina-Valera revisada
en 1960). ¿Qué
hace Jesús en el cielo que posibilita que "esté siempre
con nosotros"? "Por
tanto, TENIENDO UN GRAN SUMO SACERDOTE que traspasó los cielos,
JESÚS EL HIJO DE DIOS, retengamos nuestra profesión. Porque
no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero
sin pecado. Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia
y hallar gracia para el oportuno socorro". -- Hebreos 4:14-16. Jesús
es nuestro representante en el cielo porque "tentado en todo según
nuestra semejanza", puede compadecerse "de nuestras debilidades"
y nos da su gracia y "oportuno socorro". Con Jesús
como sumo sacerdote ya no existe la distancia con el cielo. ¿Qué
lugar ocupa Jesús en el cielo? "Pero
Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por
los pecados, se ha sentado A LA DIESTRA DE DIOS". -- Hebreos 10:12. El
Cristo que nos comprende es nuestro representante personal ante el trono,
"a la diestra de Dios". ¿Cómo
se preparó Jesús para ser nuestro sacerdote? "Por
lo cual debía ser en todo semejante a sus HERMANOS, para venir
a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere,
para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció
siendo tentado, ES PODEROSO PARA SOCORRER a los que son tentados".
-- Hebreos 2:17-18. Nuestro
"hermano", que fue "tentado" como nosotros, es ahora
nuestro Sumo Sacerdote, a la diestra del Padre. "En todo semejante",
sufrió la angustia del hambre, la sed, la tentación. Él
también sintió la necesidad de simpatía y comprensión. Pero
por sobre todo, Jesús está calificado para ser nuestro
Sumo Sacerdote porque él murió en "para expiar"
nuestros pecados. Pagó el precio de nuestros pecados muriendo
en nuestro lugar. Este es el evangelio, las Buenas Nuevas, para que
todos los seres humanos en dondequiera y para siempre. Uno
de nuestros pastores nos contó esta experiencia: "Cuando
nuestra hija menor tenía tres años, no de sus dedos quedó
atrapado en una silla plegable y se le astilló el hueso. Cuando
la llevábamos al doctor, sus gritos de dolor desgarraban nuestro
corazón. Pero en forma especial nos conmovió lo que dijo
nuestra hijita de cinco años. Nunca olvidaré sus palabras
después que el doctor atendió a su hermanita. Sollozando,
dijo: '¡Oh, papá, hubiera deseado que fuera mi dedo'!" Cuando la humanidad fue aplastada por el pecado y condenada a morir eternamente, Jesús dijo: "¡Padre, cuánto deseo que me hubiera sucedido a mí!" Y el Padre complació su deseo, con la muerte en la cruz. Nuestro Salvador experimentó toda la agonía y todo el tormento que cualquiera de nosotros hubiera podido sufrir, y mucho más. 2.
EL EVANGELIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO Cuando
el pueblo de Israel acampó al pie del Monte Sinaí, Dios
instruyó a Moisés para que construyera un santuario portátil
para que le adoraran, "conforme al modelo que te ha sido mostrado
en el monte" (Éxodo 25:40). Casi quinientos años
después, el gran templo de piedra del rey Salomón reemplazó
al santuario portátil. Ese templo fue construido con la misma
distribución del santuario de Moisés. ¿Qué
propósito tenía Dios en mente cuando dio a Moisés
las instrucciones para construir el santuario? "Y
harán un santuario para mí, y HABITARÉ EN MEDIO
DE ELLOS". -- Éxodo 25:8. El
pecado causó una trágica separación entre los seres
humanos y su Creador. El santuario fue la forma en que Dios mostró
cómo él podía vivir de nuevo entre sus criaturas.
Ilustraba su plan de salvación. El
santuario, y más tarde el templo, llegaron a ser el centro de
la vida religiosa y la adoración en los tiempos del Antiguo Testamento.
Cada mañana y cada tarde el pueblo de Israel se reunía
alrededor del santuario y establecía contacto con Dios por medio
de la oración (S. Lucas 1:9, 10), reclamando la promesa divina:
"donde me encontraré contigo" (Éxodo 30:6). El Antiguo Testamento enseña el mismo evangelio de salvación que el Nuevo Testamento. Ambos señalan a Jesús muriendo por nosotros y ministrando como Sumo Sacerdote en el santuario celestial. 3.
EL MINISTERIO DE JESÚS POR NOSOTROS REVELADO EN EL SANTUARIO El
santuario y sus servicios revelan lo que Jesús está haciendo
ahora por nosotros en el santuario celestial. Los capítulos 25
al 40 de Éxodo describen los servicios y ceremonias del santuario
del desierto con todo detalle. Un breve resumen de su mobiliario aparece
en el Nuevo Testamento, con las siguientes palabras: "Ahora
bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario
terrenal. Porque el tabernáculo estaba dispuesto así:
en la primera parte, llamada Lugar Santo, estaban el candelabro, la
mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba
la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el
cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta
de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía
el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las
tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían
el propiciatorio". -- Hebreos 9:1-5. El
santuario tenía dos compartimentos: el Lugar Santo y el Lugar
Santísimo. Frente al santuario había un atrio, o patio,
donde estaba el altar de bronce sobre el cual los sacerdotes ofrecían
los sacrificios. También había una fuente en la que se
lavaban. Los
sacrificios que se ofrecían en el altar de bronce simbolizaban
a Jesús, "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"
(S. Juan 1:29). Cuando el pecador arrepentido se acercaba al altar con
su sacrificio y confesaba sus pecados, era limpiado. De la misma manera,
el pecador de hoy, obtiene perdón y limpieza por medio de la
sangre de Jesús (1. S. Juan 1:9). En
el primer compartimento, o Lugar Santo, ardía continuamente el
candelabro de siete lámparas, que representaba a Jesús,
la continua "luz del mundo" (S. Juan 8:12). La mesa del pan
consagrado simbolizaba que él satisface nuestra hambre física
y espiritual como "el pan de vida" (S. Juan 6:35). El altar
de oro del incienso representaba las oraciones de intercesión
de Jesús por nosotros en la presencia de Dios (Apocalipsis 8:3-4). El
segundo compartimento, o Lugar Santísimo, contenía el
arca de oro del pacto, que simbolizaba el trono de Dios; su cubierta
de expiación, o trono de misericordia, representaba la intercesión
de Cristo, nuestro sumo Sacerdote, en favor de los seres humanos pecadores
que habían quebrantado la ley de Dios. Las dos tablas de piedra
en las cuales Dios escribió con su dedo los Diez Mandamientos,
eran guardadas dentro del arca. Los querubines de oro estaban uno a
cada lado de la cubierta del arca. Una luz gloriosa brillaba entre estos
dos querubines, símbolo de la presencia de Dios. Una
cortina ocultaba el Lugar Santo de las miradas del pueblo cuando los
sacerdotes ministraban para ellos en el atrio. Una segunda cortina que
separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, ocultaba este lugar
de la mirada de los sacerdotes que entraban a ministrar diariamente
en el primer compartimento. Cuando
Jesús murió, ¿qué sucedió con esta
cortina? "Y
he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo" -- S. Mateo 27:51. Cuando
Cristo murió el Lugar Santísimo quedó expuesto,
simbolizando que después de su muerte no hay ningún impedimento
entre el Dios santo y el pecador sincero. Jesús, nuestro Sumo
Sacerdote, nos introduce a la misma presencia de su Padre (Hebreos 10:19-22).
Tenemos acceso al recinto del trono celestial porque nuestro Salvador
está a la diestra de Dios. Jesús nos invita y nos capacita
para llegar al corazón de amor del Padre. Así
como el santuario terrenal simbolizaba al santuario celestial, también
los servicios que se realizaban allí son "una figura y sombra
de las cosas celestiales" (Hebreos 8:5). Pero hay una sorprendente
diferencia: los sacerdotes que servían en el santuario terrenal
no podían perdonar pecados, pero en la cruz Jesús "se
presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí
mismo para quitar de en medio el pecado" (Hebreos 9:26). El
libro de Levítico, en el Antiguo Testamento, describe en detalle
los servicios del santuario. Las ceremonias rituales se dividían
en dos partes: los servicios diarios y los servicios anuales. En los servicios diarios, los sacerdotes ofrecían sacrificios por los individuos y por toda la congregación. Cuando alguien pecaba, traía un animal perfecto como ofrenda por el pecado, ponía "su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación", y la degollaba "en el lugar del holocausto" (Levítico 4:29). La culpabilidad del pecador era transferida al animal inocente, poniendo las manos sobre él y confesando el pecado. El animal era sacrificado y su sangre derramada, porque señalaba el sacrificio supremo que Cristo haría sobre la cruz, donde tomaría nuestra culpabilidad. El perfecto y sin pecado, se haría "pecado por nosotros" (2 Corintios 5:21). 5.
¿POR QUÉ LA SANGRE? "Porque
sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos
9:22). Lo que sucedía en el santuario del Antiguo Testamento
señalaba al supremo acto salvador de Cristo. Habiendo muerto
por nuestros pecados, él "entró una vez para siempre
en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención"
para nosotros (vers. 12). Cuando Jesús derramó su sangre
en la cruz por nuestros pecados, "el velo del templo se rasgó
en dos, de arriba abajo" (S. Mateo 27:51). Consumado el sacrificio
de Cristo en la cruz, los sacrificios de animales ya no eran necesarios. Cuando Jesús vertió su sangre en la cruz, él estaba ofreciendo su perfecta obediente vida como un substituto por nuestros pecados. Cuando el Padre y el Hijo fueron separados en el Calvario, el Padre apartó su rostro en angustia y el Hijo murió con el corazón quebrantado. Dios el Hijo entró en la historia para llevar sobre sí mismo las consecuencias del pecado y demostrar cuán trágica la iniquidad realmente es. Él pudo entonces perdonar a los pecadores sin quitarle importancia al pecado. 6.
UNA REVELACIÓN DE JESÚS: VIVE PARA SALVARNOS ¿Cuál
es la obra diaria de Jesús en el santuario celestial? "Por
lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él
se acerca a Dios, VIVIENDO SIEMPRE PARA INTERCEDER por ellos".
-- Hebreos 7:25. Jesús
ahora presenta su sangre, su sacrificio, en favor nuestro. Trabaja diligentemente
para salvar a cada ser humano de la tragedia del pecado. Algunos creen
erróneamente que, como nuestro Intercesor, Jesús implora
a un Dios renuente que nos perdone. Pero lo cierto es que el Padre acepta
gozosamente el sacrificio de su Hijo en nuestro favor. Ambos trabajan
juntos para que haya una reconciliación. Como
nuestro Sumo Sacerdote en el cielo, Cristo también aboga por
la humanidad. Él obra para ayudar al indiferente a pensar de
nuevo en la gracia y a los pecadores desesperados a descubrir esperanza
en el evangelio, e impulsa a los creyentes a encontrar más riquezas
en la Palabra de Dios y más poder en la oración. Jesús
está moldeando nuestras vidas en armonía con los mandamientos
de Dios, ayudándonos a desarrollar caracteres que permanezcan
firmes en el tiempo de la prueba. Jesús
dio su vida por cada persona que haya vivido alguna vez en este mundo.
Y ahora, como Sumo Sacerdote, o Mediador, apela al ser humano a aceptar
su muerte por sus pecados. Aunque reconcilió al mundo caído
por medio de la cruz, no nos puede salvar a menos que aceptemos su gracia.
No nos perderemos porque somos pecadores, sino porque rehusemos aceptar
el perdón que Cristo ofrece. El
pecado destruyó la relación íntima que Adán
y Eva disfrutaron una vez con Dios, pero Jesús, como el Cordero
de Dios, murió para libertar a la humanidad del pecado y restaurar
la amistad perdida. ¿Ha descubierto usted como su Sumo Sacerdote
a Aquel que vive para siempre para que esa relación sea estrecha
y vibrante? La muerte expiatoria de Cristo es única. Su ministerio celestial: incomparable. Solamente él hace posible que el Espíritu divino viva en nuestros corazones. Hizo todo por nosotros y merece que nosotros hagamos un compromiso con él. Aceptemos a Jesús completamente como el Salvador y Señor de nuestra vida.
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